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Jul

2022

Las auténticas familias ganadoras son aquellas que han afrontado el sufrimiento, y han vencido las barreras. La dificultad ha sido un regalo transformador que ha dotado a sus protagonistas de una sabiduría particular para seguir dando y recibiendo, para volver a darse.

Por Mariela García Rojas. 18 julio, 2022. Publicado en El Peruano, El 16 de Julio del 2022.

En la vida de familia hay penas y gozos. Anhelaríamos ser más afortunados y que lo segundo primara; somos poco finos para reconocer lo mucho de bueno que hay.

La reflexión en torno a lo contradictorio de tantas vivencias al interior de la familia no es sencilla. Se buscan respuestas y soluciones oportunas a los problemas que se presentan, desde los pequeños hasta los relevantes. Si el asunto se escapa de las manos, la formación y la ayuda de expertos suelen paliar bien la situación. Articular la diada del don y de la acogida al amar toma cierto tiempo. A la luz de la experiencia de vida de algunas personas, generalizando, diría que las faltas y omisiones no están tanto en el dar como en el saber recibir para acoger el amor imperfecto, discontinuo, limitado y plagado de errores de los nuestros. Menuda sorpresa, porque como amadores nos ocurre lo mismo; todos luchamos, bien, mal y peor, por transformar aquello en una capacidad donal renovada y superior para amar mejor, aunque tan solo sea porque nos reconocemos igual de débiles y arrepentidos que todos.

Algunas lecciones aprendidas: la primera es que los grandes hitos y alegrías están para gozarse y celebrarse. Son momentos inmemorables que forman parte de la historia familiar; que se “capturan” y preservan con la finalidad de rememorarlos, aunque la lluvia de cosas buenas nunca faltará. La segunda es la simplificación conceptual que se difunde acerca de lo que es el amor y la capacidad de amar de una persona, en la que la permanencia del “amor mutuo” es posible en las buenas, con salud y con lo material resuelto. Una última cuestión es que la vida de las personas felices revelaría que el amor halla su triunfo más pleno, la felicidad duradera, cuando experimenta el dolor en sus distintas formas. Ese escenario es el que devela quién es quién, y da la oportunidad de oro de sacar lo insospechado y lo mejor de cada uno.

Sorprende, pues, reconocer que, en medio de la carencia y el sacrifico, luego de su aceptación, surgen luces y categorías nuevas para distinguir lo verdadero y lo valioso, además de estimular la unidad familiar con una fuerza inquebrantable. Con la abundancia la suerte es otra. Cuántos testamentos y herencias dan lugar a pugnas familiares de todo calibre. Permanecer con el débil y necesitado, en medio de una dificultad -hijo, padre o esposo-, o hacerlo con el exitoso y poderoso obedece a cosas distintas: ternura/compasión, en el primer caso, e interés/egoísmo en el segundo, donde, además, la atemporalidad del vínculo está supeditada a algo, no a alguien.

Estos tiempos reclaman menos de lo mismo, e invitan al descubrimiento del verdadero sentido de los vínculos familiares. No nos engañemos: la búsqueda de satisfacciones y una vida sin dificultades no traerá la felicidad más plena. Más bien puede conducir hacia la involución de la familia y de sus fines.

Las auténticas familias ganadoras son aquellas que han afrontado el sufrimiento, y han vencido las barreras. La dificultad ha sido un regalo transformador que ha dotado a sus protagonistas de una sabiduría particular para seguir dando y recibiendo, para volver a darse.

No es acertada la clasificación de familias conformadas por personas que no se equivocan y lo hacen todo bien, y otras en las que sus miembros cometen errores. Nada más lejos de la verdad. Todas las familias están constituidas por personas débiles e imperfectas que fallan. La diferencia tampoco radica en que en unas hay arrepentimiento y en otras no, sino que está en su menor destreza para dar y/o para recibir el amor. Ambas cualidades sirven de fuente para saciar la sed la felicidad en una familia.

Cuando alguien arroja agua valiéndose de un depósito, esta, aunque cae de forma continua, no lo hace de una sola vez, sino que el líquido toca la superficie progresivamente. Finalmente, todo el contenido del recipiente caerá por fuerza de la gravedad. Pienso que similar designio ocurre con la felicidad en la familia. El amor no es que tarde, pero llegue, sino que está presente siempre, aunque cueste reconocerlo en medio de las contrastantes situaciones de la convivencia diaria. Olvidamos con facilidad que unas son de cal y otras de arena.

Los protagonistas del amor conyugal y de todos los vínculos familiares, piensan que todo se solucionará “el día que me quieras”; bien vale la pena recapacitar y sustituir ese anhelo por “el día que te ame”. El querer y amar no son sinónimos, sino antónimos, el querer lo exige todo, el amar lo entrega todo, reza el refrán.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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